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“En Bella Flor, en Ciudad Bolívar, la titulación de predios trajo estabilidad, confianza y arraigo. A través de la Caja de la Vivienda Popular, la Alcaldía Mayor de Bogotá fortalece comunidades con hechos. Niños, jóvenes y familias hoy viven en tierra propia y construyen futuro. Cada título entregado es una semilla que florece en la ciudad”.

Bogotá D. C., 06 de noviembre de 2025            

Por: Adriana Arango - Oficina Asesora de Comunicaciones 

 

La confianza se construye con hechos. Esa es la semilla que la Alcaldía Mayor de Bogotá, a través de la Caja de la Vivienda Popular (CVP), ha sembrado en las laderas del sur de la ciudad, donde las calles empinadas cuentan historias de esfuerzo, perseverancia y esperanza. En Bella Flor, en la localidad de Ciudad Bolívar, un barrio que creció a pulso y corazón, hoy florece una certeza compartida: el Distrito, cuando escucha y acompaña, puede cambiar destinos.

Las familias que habitan estas montañas no levantan las escrituras para mostrarlas, pero las nombran con orgullo. Lo dicen con brillo en los ojos, con ese tono firme que nace de saberse dueños legítimos de su hogar. Gracias al programa Título en Mano de la CVP, la comunidad dejó atrás los años de incertidumbre y hoy vive con la serenidad de quien pisa tierra firme. Esa seguridad se siente, no solo en las casas, sino también en los niños que juegan sin miedo, en las madres que planean el futuro y en las maestras que un día fueron niñas del mismo barrio y hoy devuelven, desde la educación, el amor que recibieron.

“Nosotros trabajamos con niños, niñas y adolescentes, y con sus familias”, dice una de ellas, rodeada de guitarras y sonrisas. “Más allá de ser una fundación de niños, somos una fundación que trabaja con familias”. Esa fundación se llama Semilla de Vida Eterna (SeVE). Su nombre no es una casualidad, sino una convicción. Nació como un proyecto de fe y se convirtió en un espacio donde el arte, los valores y la comunidad se entrelazan. Allí, en la jornada contraria al colegio, los niños del sector llegan con los instrumentos al hombro y el alma despierta. Aprenden música, danza y arte, pero también respeto, responsabilidad y empatía. Cada clase es una oportunidad para descubrir que el talento florece mejor cuando está acompañado de disciplina y amor.

“Queremos que los niños tomen buenas decisiones en la vida”, explica la docente que lidera el programa musical. “Estamos velando porque tengan acceso a la educación y crezcan con principios y valores. Y lo estamos viendo: están cambiando su manera de pensar”. Ese cambio no se nota solo en las aulas, sino en el barrio entero. Donde antes había temor, hoy hay confianza. Donde había distancia, hoy hay comunidad. Con el apoyo de la fundación, los niños también aprenden sobre finanzas. Forman grupos, crean pequeñas empresas, eligen presidente, tesorero y secretario; compran acciones simbólicas y aprenden a ahorrar. Lo hacen jugando, pero ese juego enseña algo profundo: que la prosperidad se construye con propósito, que el esfuerzo colectivo da frutos y que cada moneda guardada es también una semilla.

Bella Flor se transformó. No solo porque ahora las viviendas están legalizadas, sino porque las familias encontraron en la estabilidad del hogar un punto de partida. La titulación trajo tranquilidad, orgullo y pertenencia. En las calles hay vida: murales pintados por los jóvenes, huertas familiares, niños ensayando melodías al atardecer. “Bella Flor es un lugar donde los niños están empezando a soñar”, dice una de las profesoras. “Tener una casa implica mucho: implica protección, implica cuidado. Las familias ahora pueden pensar en su desarrollo, y eso beneficia directamente a los niños”.

Las maestras de SeVE son el ejemplo vivo de esa transformación. Ellas crecieron allí. Fueron beneficiarias del mismo proyecto social que hoy sostienen con sus manos. Aprendieron música, valores y fe en las mismas paredes donde ahora enseñan. Conocen de cerca las dificultades, pero también saben del poder del acompañamiento. Su historia le da sentido a la de los niños que las escuchan: demuestra que los sueños pueden volver al lugar de origen convertidos en servicio. “Gracias a la CVP —dicen los líderes de la fundación— por su trabajo mancomunado con la comunidad. Ha dado calidad de vida, ha unido Distrito, sociedad y comunidad. Hoy las familias cambian su chip, rompen ciclos de pobreza y se proyectan hacia un futuro mejor”.

La Alcaldía Mayor de Bogotá, a través de la Caja de la Vivienda Popular, ha demostrado que transformar una comunidad no depende solo de la infraestructura, sino de la confianza. La presencia institucional, cuando es constante y humana, puede sembrar raíces profundas, y los programas más valiosos no se miden en cifras, sino en historias que permanecen. La titulación ha traído orden y esperanza al territorio: hoy el barrio tiene más seguridad, más organización comunitaria y más oportunidades para sus jóvenes. Con vivienda digna, la niñez crece protegida, la educación se vuelve posible y la comunidad comienza a pensar en proyectos colectivos, desde lo ambiental hasta lo cultural. Bella Flor ya no es solo un barrio; es un ejemplo de lo que ocurre cuando se trabaja de la mano.

Mientras cae la tarde, las luces de las casas se encienden una a una. En el salón de la fundación, los niños afinan sus instrumentos. Un violín marca el tono, el piano responde, una niña sonríe antes de cantar. Afuera, el viento sopla suave sobre los techos nuevos, y la ciudad escucha. Cada nota es un mensaje: aquí la vida florece.

Yo, como periodista que escribe estas líneas, también lo sentí florecer. Llegué a Bella Flor con la mirada curiosa de quien apenas empieza a conocer Bogotá, con el alma abierta y la escucha atenta. Vengo de una ciudad pequeña de Colombia, donde el silencio se parece a la calma y las calles tienen nombre de familia. Bogotá, inmensa y vertiginosa, me parecía infinita por descubrir. Pero ese día, en la cima de Bella Flor, comprendí que su verdadera grandeza está en su gente. No vi títulos levantados, pero sí miradas llenas de orgullo. Escuché a las maestras hablar con gratitud de su propia historia; vi niños que sueñan sin miedo, jóvenes que creen en el mañana. Entendí que cuando la comunidad se une, todo es posible: que florecer no es un milagro, sino el fruto del trabajo conjunto, del apoyo mutuo, del bien hecho con convicción. 

Mientras terminaba mi jornada, comprendí que esta ciudad —tan diversa, tan viva— florece todos los días en lugares como este. Bogotá me abrió las puertas, como se las abre a miles, y en Bella Flor confirmé que el verdadero progreso no se mide en metros cuadrados, sino en vidas transformadas. Porque cada casa titulada, cada nota aprendida y cada gesto solidario es una semilla que seguirá floreciendo, una y otra vez, en la tierra fértil de la esperanza. Bella Flor le agradece a la Caja de la Vivienda Popular, y yo también, por la labor que pone en el centro el bienestar de las personas y hace posible una vida segura, digna y llena de futuro.

 

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